“Los cortes en las muñecas fueron tan serios que tuvieron que darme puntos. Le expliqué al médico que me había cortado con una bombilla eléctrica. No le mentí, pero no le dije que lo había hecho a propósito.”—Sandra, de 23 años.
“Mis padres solo han visto los cortes menos graves, que parecen arañazos. [...] A veces, cuando ven alguno que les extraña, me invento una excusa. [...] No quiero que se enteren.”—Adriana, de 13 años.
“Me provocaba heridas desde los 11 años. Sabía que Dios siente un elevado respeto por el cuerpo humano, pero ni siquiera eso me frenaba.”—Jennifer, de 20 años.
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PUEDE que conozcas a alguien como Sandra, Adriana y Jennifer. Quizás sea una compañera de estudios, tu hermana o incluso tú mismo. Se calcula que tan solo en Estados Unidos hay millones de personas —en su mayoría jóvenes— que, por ejemplo, se cortan, queman, golpean o arañan la piel a propósito.
¿Lastimarse deliberadamente uno mismo? En el pasado, muchos hubieran atribuido semejante comportamiento a la influencia de alguna secta o moda extravagante. En la actualidad, sin embargo, se dispone de mucha información acerca del trastorno de la autolesión, el cual incluye los cortes y la automutilación. Y según indican los datos, también ha aumentado el número de afectados. “Todos los médicos concuerdan en que los casos se han incrementado”, declara Michael Hollander, director de un centro estadounidense especializado en el tratamiento de dicho trastorno.
Estas autoagresiones casi nunca son mortales, pero sí son peligrosas. Examinemos, por ejemplo, el caso de Beatriz. “Utilizo hojas de afeitar para cortarme —explica—. Me han hospitalizado en dos ocasiones; una vez me tuvieron que llevar a la sala de emergencias debido a un corte muy grave.” Al igual que otras muchas víctimas de este trastorno, Beatriz continúa de adulta con esta práctica. “Empecé a los 15 años y ahora tengo 30”, confiesa.
¿Sufres tú o algún conocido tuyo el mismo problema? Si así es, no pierdas la esperanza, todavía se puede hacer algo. En el siguiente número de esta revista analizaremos de qué modo es posible ayudar a quienes padecen este trastorno.
* Con todo, antes convendría saber qué tipo de personas lo desarrollan y por qué.
Un perfil muy diverso
Resulta difícil clasificar en un solo grupo a todos los afectados. Unos provienen de familias problemáticas; otros de hogares estables y felices. Mientras que a algunos les va mal en los estudios, hay muchos que son alumnos destacados. Quienes se agreden a sí mismos apenas dan señales de tener un problema, pues no todo el que se siente abrumado por las dificultades lo demuestra. La Biblia dice: “Aun en la risa el corazón puede estar con dolor” (
Proverbios 14:13).
Por otro lado, la gravedad de las heridas varía según el caso. Cierto estudio, por ejemplo, reveló que algunos se cortan solo una vez al año; otros, en cambio, llegan a hacerlo dos veces al día. Un dato interesante es que hay más varones con este problema de lo que se pensaba. Aun así, es más habitual entre las adolescentes.
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Pese a presentar un perfil tan diverso, algunas víctimas parecen tener ciertas características comunes. Una enciclopedia sobre jóvenes indica: “Los adolescentes que se provocan lesiones suelen creerse desamparados, les cuesta abrirse a los demás, se sienten aislados y, además, tienen miedo y poca autoestima”.
Tal vez alguien diga que esta descripción coincide con la de cualquier joven que se enfrenta a los temores e inseguridades propios del desarrollo. Pero lo cierto es que, para los afectados por este trastorno, la lucha es mucho más intensa. Al ser incapaces de expresar y transmitir sus conflictos internos a alguien de su confianza, se sienten abrumados por las presiones escolares, las exigencias laborales y los problemas familiares. No ven una solución y creen que no tienen con quién desahogarse. La tensión se vuelve insoportable. Y entonces, un día hacen un descubrimiento: si se lastiman físicamente, alivian hasta cierto grado su ansiedad y parece que pueden continuar con su vida... al menos por el momento.
Pero ¿por qué recurren al dolor físico para liberar su angustia? Para entender mejor por qué lo hacen, imagínate que estás en la consulta médica a punto de recibir una inyección. ¿Nunca te has pellizcado o te has presionado la piel con la uña para distraerte y no notar el pinchazo de la aguja? La persona que se lesiona hace algo parecido, pero a un grado mayor. Cuando se corta, se distrae y no nota tanto el “pinchazo” de la angustia. El dolor físico le resulta más soportable que sus sentimientos de angustia. Tal vez esto explique por qué una víctima definió el acto de cortarse como el “remedio para [sus] miedos”.
“Un mecanismo de control de la tensión”
Para quienes no estén familiarizados con este trastorno, la autolesión puede parecer un intento de suicidio. Pero por lo general no se trata de eso. “En realidad, estos jóvenes solo intentan poner fin a su dolor, no a sus vidas”, escribe Sabrina Solin Weill, editora ejecutiva de una revista para adolescentes. De ahí que cierta obra de consulta denomine a esta práctica “una estrategia de ‘supervivencia’ y no una manera de escapar de los problemas”. También la llama “un mecanismo de control de la tensión”. ¿Qué tipo de tensión?
Se ha descubierto que muchos jóvenes que se lastiman deliberadamente han sufrido algún trauma durante su infancia, debido tal vez a los abusos o al abandono. En otros casos, el factor desencadenante son las dificultades familiares o el alcoholismo de uno de los padres. En ocasiones, el problema también puede deberse a un desequilibrio mental.
Pero estas no son las únicas causas. A Sara, por ejemplo, la dominaba lo que ella misma describe como un feroz perfeccionismo. Aunque había cometido varios errores graves y había recibido la ayuda de los ancianos cristianos, se atormentaba por sus faltas diarias. “Creía que tenía que ser estricta conmigo misma —explica—. Y lastimarme era una manera de disciplinarme. Mi ‘disciplina’ abarcaba arrancarme el pelo, cortarme las muñecas y los brazos, golpearme, causarme fuertes moretones e imponerme castigos como meter la mano en agua muy caliente, quedarme en la calle sin abrigo un día de mucho frío o pasar un día entero sin comer.”
En el caso de Sara, su comportamiento autoagresivo manifestaba el profundo odio que sentía hacia sí misma. “Aun cuando me daba cuenta de que Jehová había perdonado mis errores —cuenta—, yo no quería que lo hiciera. Me odiaba tanto que pensaba que merecía sufrir. Sabía que Jehová nunca concebiría un lugar de tormento como el infierno de la cristiandad, pero deseaba que inventara uno solo para mí.”
“Tiempos críticos”
Quizá haya quienes se pregunten cómo es que esta escalofriante práctica se conoce tan solo desde hace unas décadas. Los estudiantes de la Biblia sabemos que estamos viviendo en “tiempos críticos, difíciles de manejar” (
2 Timoteo 3:1). Por eso, no nos sorprende que algunas personas —entre ellas jóvenes— se comporten de un modo que cuesta entender.
La Biblia reconoce que la “opresión puede hacer que un sabio se porte como loco” (
Eclesiastés 7:7). Las dificultades de la adolescencia —acompañadas a veces de experiencias traumáticas en la vida— pueden fomentar una conducta dañina, que incluya la autolesión. La joven que se sienta sola y que crea que no tiene a nadie con quien hablar puede acabar haciéndose cortes para encontrar alivio. Pero el alivio que pueda lograr de este modo no dura mucho. Tarde o temprano, los problemas surgen de nuevo, y con ellos la costumbre de hacerse daño deliberadamente.
Quienes padecen este trastorno por lo general quieren dejarlo, pero les resulta muy difícil. ¿Cómo han logrado algunos abandonar esta práctica? Encontrarás la respuesta a esa pregunta en el artículo de “Los jóvenes preguntan... ¿Cómo puedo dejar de lastimarme a propósito?”, del número de febrero de ¡Despertad!